Poemas de la vejez o del adiós

  No volveré a caminar las calles polvorientas de Tombuctú en busca de la sabiduría milenaria de la Madrasa de Sankore, ni tiritaré de frío en el Polo Norte, ni me asomaré al vértigo del estrecho de Magallanes, ni me asolearé una tarde completa en el atolón de Diego García, ni nadaré de noche el Apaporis, ni cruzaré la frontera maldita de Laredo, ni navegaré como Thor Heyerdahl el Pacífico. No volveré a desandar mil veces la jungla de asfalto de otras ciudades y otros nombres en busca de una certeza, ni esperaré a las tres de la madrugada en el corazón solitario de la estación central de Colonia a ella que viene en un tren que no llegará. No volveré a ser el que en otras vidas fui, ni seré el sue ñ o de fuego de ellas que sin conocerme ya me amaban, porque mi vida ya es otra, donde soy este que vive a la sombra de ese que ya no soy. Pero saber que no volveré a recorrer enamorado tu geografía, ni a verte de lejos diciéndome con la mir

  ¿Dónde estará   la mujer que dejaba  poemas en mi piel,  la que me deseaba, la que camina aún en mi recuerdo,  la escribidora de besos,  la dueña de mis sueños? ¿Dónde estará  esa mujer que inventó el amor para los dos?

  Soy otro en esta ma ñ ana esplendorosa de octubre acá, junto al Rin, donde mis sue ñ os se han quedado a vivir, donde mis días suceden en calma, mientras todo en mí deja de ser, de existir, de importar. No soy el que fui, el dispuesto a sumergirme en el torrente de la vida, a despertarme en otros sue ñ os y perderme en plazas y calles de otros mundos, el enamorado del amor y el incansable lector, el caminante de libros y poemas. Sin ella y ya sin mí, soy solo sombra en mi sombra.