No esperaba este golpe de tristeza en pleno verano. Surgió de la nada, devastando mi vida y convirtiéndome en ese otro del que no hablo, del que no quiero tener memoria, ese otro que sabe que la vida nunca será lo que soñó, lo que quiso. Un golpe de tristeza que hace que se caiga el castillo de naipes de las ilusiones, que borra la dicha del sol, y de las largas tardes de charlas y caminadas, de la bicicleta del verano y de los días de nadar, nadar para sentir que sigo vivo. Pero ahí está la tristeza y me sonríe, pues también me ama.
No volveré a caminar las calles polvorientas de Tombuctú en busca de la sabiduría milenaria de la Madrasa de Sankore, ni tiritaré de frío en el Polo Norte, ni me asomaré al vértigo del estrecho de Magallanes, ni me asolearé una tarde completa en el atolón de Diego García, ni nadaré de noche el Apaporis, ni cruzaré la frontera maldita de Laredo, ni navegaré como Thor Heyerdahl el Pacífico. No volveré a desandar mil veces la jungla de asfalto de otras ciudades y otros nombres en busca de una certeza, ni esperaré a las tres de la madrugada en el corazón solitario de la estación central de Colonia a ella que viene en un tren que no llegará. No volveré a ser el que en otras vidas fui, ni seré el sue ñ o de fuego de ellas que sin conocerme ya me amaban, porque mi vida ya es otra, donde soy este que vive a la sombra de ese que ya no soy. Pero saber que no volveré a recorrer enamorado tu geografía, ni a verte de lejos diciéndome con la mir
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